Historia del Caballo Chileno de Pura Raza

Por Arturo Montory G.

Capítulo I

Orígenes de la raza chilena

Bibliografía: Uldaricio Prado en su libro El Caballo Chileno, publicado en 1914.
Casta de Guzmanes y Valenzuelas.

“Especiales para la práctica del “Arte de la Jineta”; escuela de equitación de origen morisco y ésta a su vez, origen de la Rienda Chilena”.
Relato de Luís Buñuelos en su “Libro de la Jineta”.
“Dice que son los “únicos que merecen el nombre de caballos” por sus cualidades. Talla, lindeza de cuello, pechos, cara, ojos, caderas. Caballos que son muy superiores a los demás. En correr y parar no hay nada igual. A los 7 años comienzan a rendir y duran hasta los 24 años.

Su origen y su esmerada crianza

En tiempos de Carlos V (1500 – 1556), a Don Luís Manrique, hijo de los Duques de Nájera, le dieron la Encomienda de Córdoba, y en ella empezó a criar caballos y a juntar yeguas. Le compró a Don Diego de Aguayo yeguas consideradas las mejores de España de la época. También le compró a Don Pedro de la Cueva, que tenía en Guadix y Basas, y trajo un potro de Jerez de la Frontera y con ellos comenzó su crianza por un año.

Un día estaba Don Luís mirando en la puerta de su casa que daba a una calle tranquila, cuando vio aparecer por ella un harruquero en un caballo tordillo negro, con la tusa muy blanca y muy crespa. Cuando lo vio el harruquero, le pegó con los talones al caballo y fue corriendo hacia él, a una velocidad tremenda, y entró parando en la patas en forma maravillosa.

Don Luís quedó perdido por el rocín, y se lo compró a pesar que estaba en los huesos y tenía las manos chuecas y los pies cerrados; aunque el resto era muy bueno.

el caballo a la caballeriza y le dieron el mejor alimento y cuidado. A los pocos meses se convirtió en el caballo más lindo que se haya visto. De las rodillas hacia arriba una pintura; de crines tan largas y onduladas que le arrastraban por el suelo y con un mazo de cola llena de cerdones y muchos crespos de nacimiento. En el correr y parar nunca se vio igual y poder moverse para adelante y para atrás, y si le daban con los pies salía volando.

El harruquero se llamaba Guzmán, y contó que el caballo lo compró a un mesonero, el que luego visitó Don Luís Manrique y le contó: llegaron a su posada siete u ocho moros en caballos a la jineta y que decían ser embajadores del Rey de Marruecos, que iban con una embajada al Emperador Carlos V. La noche que llegaron le dio un cólico al rocín y lo dejaron, ya que se iba a morir. Le dijeron que tratara de cuidarlo ya que dijeron que era de la mejor casta de la Berbería.

Luego de este relato, Don Luís lo echó a sus yeguas, naciendo excelentes caballos. Al morir Don Luís, muchos caballos los heredó el Rey Felipe II (1556) y otros regaló a sus amigos. El Rey vendió algunos que compró Don Martín Fernández de Córdoba y sacó magníficos caballos.

Luego, el Duque de Sossa de Milán le compró varias yeguas a Fernández de Córdoba, y su caballerizo mayor se llamaba Juan de Valenzuela, a quien el Duque cuando volvió a Italia le regaló muchas yeguas, que las conservó puras toda su vida, siendo el caballero más conocido de su tiempo. Su hijo Jerónimo de Valenzuela las heredó y las vendió y regaló a sus amigos.

García Hurtado de Mendoza Gobernador, trajo a Chile algunos de estos ejemplares Guzmanes y Valenzuelas , en 1557.

García Hurtado de Mendoza Gobernador, trajo a Chile algunos de estos ejemplares Guzmanes y Valenzuelas , en 1557.

El caballo que llegó a América

En 1493 terminó la guerra de Granada, y los reyes de España recogieron la necesidad de que al lado de un hombre de armas estuviese un jinete ligero y de ahí se originó el Decreto de Creación del Cuerpo de Guardia de Vieja Castilla, en el que establecía que la quinta parte de una compañía debía estar armada a la jineta con espada, puñal y ballesta.

Esto debido a los conocidos éxitos de los “zenetes africanos”.

En 1493 zarpa de Cádiz don Cristóbal Colon en su segundo viaje al nuevo mundo, y trajo para Santo Domingo 5 yeguas de vientres y 20 caballos.

Para ese efecto la cédula real ordena a Fernando Zafrán, lo que sigue:

“Veinte tres de mayo de 1493. -Archivo de Indias-

El rei e la reina: Fernando de Zafra nuestro secretario, Nos mandamos hacer cierta armada para inviar a las islas e tierra firme que agora nuevamente se han descubierto e han de descubrir en el mar Océano a la parte de las Indias e para aderezar la dicha armada con el almirante d. Cristóbal Colon, enviamos allá a don Juan de Fonseca, Arsediano de Sevilla y porque entre la otra jente que mandamos ir en la dicha armada havemos acordado que vayan veinte lanzas jinetas a caballo: por ende Nos mandamos que entre la gente de la hermandad (cuerpo de policía de caminos y fronteras) que están en ese reino de Granada escojáis las dichas veinte lanzas, que sean hombres seguros y fiables, e que vayan de buena gana; e los cinco de ellos lleven dobladuras (dos caballos) e las dobladuras que llevaren sean yeguas; a los cuales dichos veinte lanzas hase de pagar el sueldo de seis meses adelantados, de cualquier marabedis que allá tiene los tesoros de la Hermandad para la paga de la jente,..”

Estas fueron las buenas disposiciones que tuvieron los reyes católicos, para enviar los primeros caballos al nuevo mundo y que acusan una buena intención de su parte como también del almirante, pero el caballo bueno de guerra y todavía mas, diestro, como debían haber sido los escogidos por la orden terminante de la real cedula, valían mucho dinero y como este embarque se hacia por cuenta de sus altezas, resultó que ciertos contratistas y proveedores de caballos para el real ejercito, tentaran a los señores escuderos con buenos precios para comprarles las cabalgaduras escogidas que tenían, como efectivamente lo hicieron, reemplazándolos por otros de los mas ordinarios que en la localidad existían. Así lo acredita carta de Cristóbal Colon de fecha Enero de 1494:

“Diréis a sus altezas como los escuderos de caballos que vinieron de Granada en el alarde que ficieron en Sevilla mostraron buenos caballos, e después, al embarcar yo nos los vi, porque estaban un poco dolientes i metiéronse los tales, que el mejor de ellos non parece vale dos mil maravedíes, $150 plata, porque vendieron los otros i compraron estos, esto fue de la suerte que se hizo de mucha jente que allá en los alardes de Sevilla yo vi mui buenos…”

A este cambio feliz, se debe la calidad del caballo que llegó hasta nosotros derivado desde la Española, en el que dominando mucho mas el tipo de la “jaca española” con sus características de poca talla, cuerpo grueso, mayor resistencia i fuerza para el trabajo, perpetuadas hasta ahora, tenia ventajas sobre el berberisco, cuyas formas eran algo delgadas, como todavía la conservan ciertos tipos de andaluces muy estimados por su ligereza y energía en andaduras, especialmente del galope, pero menos sufridos para los rudos trabajos de la guerra.

Se debe tener presente que los caballos traídos en esta forma a la española deben haber sido en su mayor parte “enteros o potros” , pues en aquellos tiempos poco se practicaba la castración en estos animales y por lo tanto lo que mas urjia para su pronta propagación, era aumentar el número de yeguas y así debe haber sido el pensamiento del almirante, puesto que en la misma carta citada añade: ”de carneros vivos y aun antes corderos y cordericas, mas hembras que machos y algunos becerras pequeñas son menester, que cada vez vengan en cualquier carabela que acá se enviaren y algunos asnos y asnas y yeguas de trabajo y simiente, que acá ninguno de estos animales hay, de que hombre se pueda ayudar y valer”.

El 1495 se enviaron 6 yeguas, 4 burros y dos burras, además de ovejas, gallinas y cerdos.

El 23 de Abril de 1497 se enviaron 14 yeguas.

Los reyes católicos en 1494 mandaron que ningún duque, señor, pudieran andar en mulas, excepto fraile i las mujeres. Esto se hizo para que se propagara de nuevo la crianza de caballos muy disminuida a la fecha. También se prohibió la exportación de caballos de España.

En el tercer viaje de Colon llegaron 40 jinetes, i en 1501 don Nicolás de Ovando trajo 10 caballos eran de distinguida casta.

Los primeros caballos i las yeguas de cría fueron de tipo corriente de la plebe caballar que existía en la provincia de Córdoba, Andalucía, tipos del país mezclados con el berberisco i que se les designó como “jacas y rocines”.

Dicen antiguos autores que en la zona de Ronda se “crían caballos pequeños pero de buenas anchuras. Resistente, e bastante genio i mui apropiado para la caballería lijera”.

Esta serranía forma parte de Andalucía, antiguo reino de Sevilla y punto de partida de los viajes de Colón.

Pensamos que muchos jinetes llegados a la española trajeron caballos “rondeños” por sus características de conformación. “Dícese que tienen muchas anchuras, cuando están mui separadas los encuentros o espaldas, mui elevados los hijares, contorneadas la costillas y el vientre desarrollado en proporción. Son esas condiciones mui estimables en el bruto i cuya falta, da lugar a que se califique de caballo de pocas anchuras”.

Corresponde al término “grueso” usado por nosotros y “morisco” al carente de esas condiciones de construcción.

Primeras crianzas de caballos y vacas en Chile. Año 1549

Bibliografia: Historiador Francisco Antonio Encina. Escrito en 1944

“Al mismo tiempo de repartir las chacras, Pedro de Valdivia, primer Gobernador de Chile, concedió a los vecinos estancias para criar ganado. Al principio se prefirió el Valle de Acuyo, situado al oriente de Marga-Marga (Melipilla) y los alrededores de Valparaíso; pero en Diciembre de 1549 Juan Gómez de Almagro tenía ya una estancia en la confluencia del Cachapoal con el Tinguiririca.

propagación de los animales domésticos fue rápida, especialmente la de aves y de los cerdos. Del incendio de Santiago, solo salvaron los caballos, una polla, un pollo, un cochinillo y dos porquezuelas; pero en las expediciones que Valdivia despachó del Perú en 1548 y 1549, vinieron caballos, vacunos, ovejas, cerdos y cabras. Poco después, Francisco de Villagra trajo un rebaño de cabras. En 1554 Francisco Martínez aportó cien cerdas de vientre y treinta cabras, en una compañía que formó con Luís Toledo para dotar la encomienda del último de Los Confines (Angol).

La ciudad de Imperial mandó en 1558 un arreo de dos mil cabezas de ganado formado por cerdos, corderos y vacunos.

Con las ovejas fracasaron por una enfermedad traída del Perú, el “carache”, y debieron empezar a matarlas en 1549 y en 1551 no quedo ninguna viva.

En 1555 se empezó de nuevo y ya se multiplicaron sin problemas.

Los esfuerzos de Pedro de Valdivia, eficazmente secundados por el capellán Rodrigo González de Marmolejo, se concentraron de preferencia en la multiplicación del caballo. Este animal era un factor capital de la conquista. Dada las distancias y la naturaleza de la guerra, sin caballo bien poco valía el soldado español.

En 1545, ya había logrado reunir 50 yeguas de cría, en la dehesa de la ciudad.

En 1549 se instituyó un “yegüerizo” del consejo encargado de propagar y cuidar las yeguas y sus crías, y se acordó señalarle “una dehesa donde anden y las traigan”.

Se dispuso también que “al indio que flechare o apedreare yeguas u otra cualquiera bestia, que le sea cortada la mano por ello, e que su amo pague el daño que hiciere”.

La multiplicación del caballo debió se rápida, pues el Cabildo en sesión del 27 de febrero de 1551, “ordenó marcar en plazo de cuatro meses, so pena de perderlos, los potrillos que estaban sin marca, da como fundamento del acuerdo el hecho de que en esta ciudad e sus términos hay muchas yeguas, e potros e potrancas que no están herradas”.

Con la llegada del Gobernador Villagra a fines de 1551 la crianza caballar recibió un gran impulso pues trajo más de 500 caballos y yeguas.

La primera partida de vacunos es la que trajo Francisco de Castañeda en 1552, en 1553 Antonio de Zapata trajo en el galeón de Pedro de Malta otros 140 vacunos.

Bajo el gobierno de don García, Pedro de Artaño hizo otra importación cuantiosa.

Años más tarde Rodrigo de Quiroga concedía el Valle de Acuyo (Casablanca) a Alonso de Córdoba para criar miles de vacas”.

A la isla de Cuba pueden haber ido algunos Guzmanes y Valenzuelas, durante el tiempo que fue su gobernador don Juan Ponce de León en 1502 a 1521

La importancia de don García Hurtado de Mendoza, por su destreza como jinete y el amor a los juegos y a sus “caballos escogidos”, los que en las Fiestas Públicas lucían todo su esplendor, razón que obligaba a cuidarlos especialmente por lo cual consideramos que fue “precursor de la afición de los chilenos a los deportes ecuestres”.

Fiestas y diversiones públicas.

Bibliografia: Historia de Chile de Diego Barros Arana.
El paseo del estandarte

“Don García dio también durante su gobierno gran importancia a las fiestas públicas que venían a interrumpir el tedio de la vida triste y monótona de los primeros colonos. En esa época no habría sido posible implantar en Chile las lidias de toros, por las cuales tenían los españoles tan decidida afición. El ganado vacuno, introducido en Chile en 1548 y con sólo veinte animales, se había propagado poco todavía en el país y tenía un precio tan elevado, que no era prudente sacrificarlo en esos sangrientos y costosos combates.

En cambio, los españoles celebraban de vez en cuando juegos de cañas y de sortija, especies de torneos en que los jinetes desplegaban su destreza en el manejo del caballo y de las armas. Estos juegos, muy gustados por la nobleza española, formaban el encanto de los campamentos y de los soldados. El mismo don García, a pesar del estiramiento que le imponía su rango de Gobernador y de General en jefe, tenía tanta afición por este género de diversiones, que para ostentar su maestría de jinete y de soldado, no desdeñaba de salir a jugar cañas y sortija con sus subalternos.

La misma pasión tenía el Gobernador por el juego de pelota, a que eran muy aficionados los españoles. Trajo del Perú una cantidad considerable de pelotas para generalizar este juego. En Santiago mandó deshacer un cancel o cercado, que servía para guardar municiones, a fin de que sirviese de plaza en que pudiera jugarse cómodamente. Esta innovación, que seguramente fue muy del agrado del mayor número de los habitantes de Santiago, le atrajo, sin embargo, más tarde, apasionadas acusaciones.

Aparte de estas fiestas, los vecinos de Santiago comenzaban a tener otro género de pasatiempos en las solemnidades y procesiones religiosas. A imitación de lo que entonces se hacía en España, se dispuso que los gremios de artesanos hicieran comparsas especiales con aparatos y efigies adornadas por ellos, que contribuían a hacer más vistosa la fiesta. Es curioso lo que a este respecto leemos en el acta del Cabildo de 2 de mayo de 1556. «En este dicho día, dice, se acordó que para la fiesta de Corpus Christi, que ahora viene, se les manda a todos los oficiales de sastres, calceteros, carpinteros, herreros, herradores, zapateros, plateros, jubeteros (los que hacían o remendaban los jubones), que saquen sus oficios e invenciones, como es costumbre de se hacer en los reinos de España y en las Indias; y que dentro de cinco días primeros siguientes parezcan ante el señor alcalde Pedro de Miranda a declarar los que lo quieran hacer y sacar las dichas invenciones, so pena de cada seis pesos de buen oro, aplicados para las fiestas y regocijos de la procesión del dicho día, demás de que a su costa se sacará la fiesta e invención que a sus mercedes (los capitulares) les pareciere; y que así se apregone para que haya lugar y tiempo de hacer a costa de los dichos oficios».

Pero la fiesta más solemne de esos días, y que se perpetuó con mayor aparato todavía durante todo el régimen de la Colonia, era el Paseo del Estandarte Real.

El cabildo de Santiago había recibido del Rey, en 22 de junio de 1555, junto con el título de noble y leal ciudad, el privilegio de armas que ésta debía usar. «Son, dice el acta, un escudo en campo de plata, y en este escudo un león pintado de su mismo color, con una espada desenvainada en una mano, y ocho veneras del señor Santiago en la bresla a la redonda, y al principio del privilegio está pintado el señor Santiago y arriba de todo el privilegio las armas reales de Su Majestad». Sancionado así el nombre de la ciudad por provisión real, y colocada bajo la advocación del Apóstol Santiago, el Cabildo acordó el 23 de julio de 1556, que en cada aniversario de éste “se regocijen por la fiesta de tal día, y que para ello se nombre un alférez, el cual nombraron que lo sea el capitán Juan Jufré, vecino y regidor de esta dicha ciudad, para que sea tal alférez hasta que Su Majestad o el Gobernador de este reino provean otra cosa. Y que el dicho capitán Juan Jufré haga a su costa un Estandarte de Seda, y que en él se borden las armas de esta ciudad y el apóstol Santiago encima de su caballo”. El estandarte, que debía estar preparado de antemano, fue entregado solemnemente al capitán Jufré en la tarde del 24 de julio, bajo juramento de servir con él a Su Majestad todas las veces que se ofreciere, llevado con gran aparato, y con una comitiva numerosa de jinetes, a la iglesia mayor, y paseado enseguida en las calles de la ciudad. Desde ese día, esa cabalgata, que se repetía invariablemente cada año, pasó a ser la fiesta más popular y más concurrida de la Colonia.

las clases sociales tomaban parte en la celebración de esta fiesta; y los hombres de posición se empeñaban en ostentar en sus cabalgaduras, en sus armas, en sus trajes y en sus arreos todo el lujo que les era posible procurarse.

El cargo de Alférez Real pasó a ser uno de los más codiciados en la ciudad. A él cabía el honor de guardar en su casa el Estandarte Real.

Después de cuatro años don García Hurtado de Mendoza se retira de Chile, dejando regaladas todas sus pertenencias y donde están incluidos los caballos de uso personal, todos de gran calidad racial y arreglo, de los que suponemos habría entre ellos de la casta de los Guzmánez y Valenzuelas.

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