El Mercurio – Domingo
Por Sebastián Montalva Wainer.-
Andrés Montero acaba de realizar una travesía insólita: durante tres meses recorrió a caballo más de tres mil kilómetros desde el centro hasta el extremo sur del país. Todo con una motivación: rescatar las tradiciones del campo y poner en valor al caballo chileno.
Suele decirse que el perro es el mejor amigo del hombre, pero cuando Andrés Montero habla sobre caballos, uno queda con la duda.
—¡Ah! ¡El Cachorro y el Arriero! Esos dos caballos son realmente una maravilla. Con ellos anduve 2.000 kilómetros, desde Fresia hasta el lago Fagnano.
Está claro: el Cachorro y el Arriero sí que aperraron. Del mismo modo que lo hicieron el Arroyo, el Abuelo, el Sendero, el Granizo y el Navegante. Estos siete caballos —chilenos no inscritos los cinco primeros; baguales de Magallanes amansados los dos últimos— fueron los audaces y potentes motores que le permitieron a Andrés Montero realizar una travesía insólita: sobre ellos (en uno por la mañana, el otro por la tarde), Montero cabalgó durante tres meses prácticamente sin parar desde el centro hasta el extremo sur de Chile. El 24 de octubre de 2021 salió desde el criadero Casas de Bucalemu, en la comuna de Santo Domingo, y el 28 de enero de este año llegó hasta el mismísimo centro de Puerto Williams, la ciudad más austral del mundo.
Una aventura de más de 3.000 kilómetros (3.066, para ser exactos, sin contar los más de mil kilómetros que tuvo que hacer en barcos y ferris, con los caballos arriba de un camión, para atravesar algunos canales australes) que, asegura Montero hoy, no volvería a repetir.
—No sería capaz de hacerlo de nuevo, no porque no me haya gustado, sino porque fue muy duro. Mucho más de lo que había imaginado.
Sentado una mañana de verano en su oficina en Santiago, Andrés Montero, 63 años, relata el gran viaje que estuvo rondando en su cabeza durante años, pero que recién ahora pudo concretar. Su vida laboral ciertamente había sido un impedimento: entre otros cargos, Montero es director de la Sociedad Nacional de Agricultura, Vicepresidente de la Corporación SNA Educa y Consejero de la Sofofa. Un ejecutivo de alta alcurnia, pero también un viajero que desde niño ha realizado distintas expediciones a caballo por la cordillera —aunque bastante más cortas que esta—, y que además es ciclista e incluso ha corrido maratones.
—Pero esta no es una maratón en la que dices: ‘En tres horas más llego a la meta’. Aquí te quedan dos meses, y tienes que andar de 7 a 10 horas diarias. Necesitas tener una cabeza fuerte, y tener tiempo, recursos por supuesto, y una logística adecuada.
También hay que tener motivación. Y en el caso de Andrés Montero, que ha estado ligado al campo chileno por generaciones, esta estaba clarísima desde un comienzo.
—Yo llevaba 40 años trabajando y quería darme un espacio. Recorrer Chile tranquilo; sentir el campo en profundidad. Si vas a caballo, tienes una mayor libertad para ir observando mejor, te puedes meter en cualquier parte, y además el caballo genera una reacción de cariño con las personas. Los caballos han estado en todo: en el trabajo de la tierra, el rodeo, la hípica, el polo, la equitación, en el turismo. Yo quiero poner en valor al caballo chileno, y al caballo en general. Y causar un efecto positivo en los jóvenes, para que recorran su propio país. Así que organicé mi propia marcha para rescatar nuestras tradiciones.
La ruta del jinete
A Andrés Montero el campo y los caballos le brotan como el trigo o la alfalfa. Su padre fue agricultor. Su abuelo fue agricultor. Su bisabuelo fue agricultor. En este último caso, se trata de uno histórico: Teodoro Schmidt Weichsel, ingeniero alemán que llegó a Chile en 1858 y que, entre otras labores —como trazar la ciudad de Temuco—, realizó la mensura de más de un millón de hectáreas en La Araucanía. Una tarea que hizo precisamente a caballo.
—Soy la generación 14 de agricultores originarios de Colchagua y Linares, y desde chico he estado vinculado al campo. Aprendí a andar a caballo con mi padre, con mis hermanos. Solíamos ir a la cordillera del Maule, a la laguna del Dial, y luego repetí esos viajes con mis hijos, pero eran salidas de ocho, diez días máximo.
Según cuenta Montero, la idea de hacer una travesía de largo aliento provino de un encuentro con otro jinete.
—El abogado y también corralero Sergio Rodríguez Wallis recorrió a caballo desde Arica hasta Santiago, viaje que contó en un libro llamado A tranco de chilenos. Yo leí ese libro y me junté con él. Coincidentemente, hizo ese viaje a los 63 años: hoy tiene 83. Él decidió demostrar que el caballo chileno era bueno para una larga travesía. Entonces yo dije: ‘Bueno, si él hizo de Arica a Santiago, yo lo voy a hacer de Santiago al sur’.
Con el proyecto definido, el paso siguiente era trazar la ruta. Cada día recorrería entre 40 y 50 kilómetros, y alojaría en campos de amigos, en escuelas de la Sociedad Nacional de Agricultura y también en instalaciones del Ejército, que se enteraron de su proyecto y decidieron apoyarlo. La idea era evitar completamente la Ruta 5 Sur e ir por caminos interiores, ojalá siempre por el campo mismo. Pero la expectativa chocó con la realidad.
—Nos vimos obligados a ir por rutas secundarias pavimentadas, aunque tratábamos de ir por la berma o alejados. Lamentablemente no había otra opción, porque se ha producido algo muy lamentable: como se está parcelando todo, la gente ha ido cerrando todo.
Andrés Montero no iba solo. Primero que todo, llevaba dos caballos: uno para andar en la mañana y otro por la tarde. Además, un camión de apoyo que se adelantaba cada día para esperarlo en las paradas de almuerzo o de la noche, tal como si fuese un rally. En el camión iba el petisero Juan Carlos Yáñez (a cargo de herrar y alimentar a los caballos cada día; luego lo reemplazó Luis González) y el chofer Daniel Valenzuela. Y a su lado, en ciertos tramos fue con amigos: Fernando Maturana (en el tramo más largo, de Bucalemu a Coyhaique), Juan Eduardo Cox y José Ramón Barros en otros. Y también cabalgó con gauchos locales, como Manuel ‘Santa’ Santander en Aysén, Miguel Sarmiento en Tierra del Fuego y Nelson Guenel con su familia en isla Navarino.
A veces se ponía traje y sombrero huaso (y boina en la Patagonia), pero en general primó la comodidad. Así, Montero —que poco a poco veía crecer su barba blanca, hasta terminar convertido en una suerte de náufrago de los campos— cabalgaba mayormente con ropa normal, llevaba una manta bajo la montura, guantes para las riendas y a veces se ponía una chaqueta impermeable. También llevaba su celular, donde iba revisando la ruta en Google Maps, y a veces incluso lo usaba para conectarse a impostergables reuniones. Para comer, solo una pequeña ración de marcha con frutos frescos y secos, y para protegerse la cadera, una faja amarrada a la cintura.
Según dice hoy, el éxito de un viaje como este depende fundamentalmente de los caballos.
—Son claves. Tienen que ser caballos tranquilos, porque debes pasar ciudades, puentes colgantes, caminos de tierra, rutas con camiones. Debe ser un caballo maduro, entre 7 y 10 años, y de contextura firme, con extremidades fuertes. Además, debe tener un buen paso, pero no puede ser saltón, porque eso te mata las caderas. Aunque nunca fuimos galopando: ese es un gustito que no hay que darse, porque la cuenta la termina pagando el caballo, y hay que cuidarlo.
De los tres meses que duró su viaje, Montero dice que lo más duro y difícil fue el cruce de cordillera Darwin, ya en la última parte de su periplo. El plan había sido llegar hasta el lago Fagnano, en Tierra del Fuego, pero como desde ahí el camión ya no podía continuar, porque no hay más camino, tendrían que seguir solos a caballo y cruzar a isla Navarino.
El camión debía regresar al norte con los caballos, así que Montero tuvo que comprar otro a Germán Genskowski, pionero de esa zona y quien lo había recibido en sus cabañas. Ese caballo fue Granizo, un bagual amansado al que luego, como el bosque era impenetrable para seguir cabalgando, tuvieron que dejar libre en la ruta y seguir a pie.
—Granizo era un tremendo caballo, pero hacia lo que quería. Andábamos en las de él. Dejarlo fue tristón, a pesar de que no era un caballo criado por mí. Él tenía 100 por ciento de probabilidades de reinsertarse en su origen. Al rato se fue bajando por un arroyo para juntarse con los suyos.
En ese tramo, Montero fue acompañado por el guía local Miguel Barrientos.
—Cruzamos cordillera Darwin por el paso Las Lagunas y el valle del Horno, donde los caballos se enterraban. Allí no hay huellas, no hay nada. Este lugar solo ha sido cruzado en los últimos años por el Ejército o la Armada. Ahí sí que sufrimos. Nos quedamos encerrados en un bosque de lengas, con un clima hostil. El primer día avanzamos 18 kilómetros, pero el segundo 4… Y el tercero ya tuvimos que seguir a pie por el valle del río Lapataia.
En ese punto su aventura ya estaba terminando. Solo le faltaba cruzar el canal Beagle hasta isla Navarino (lo que hizo en un helicóptero de la Armada, que también colaboró con el proyecto y prácticamente lo salvó ante la emergencia de seguir a pie por un lugar salvaje e inhóspito), para luego llegar hasta Puerto Williams.
Un tramo final que culminó el 28 de enero y que, por supuesto, hizo sobre una montura: esta vez en el Navegante, otro bagual amansado que le prestó Nelson Guenel, gaucho de isla Navarino.
Otra mirada de Chile
Por estos días, Andrés Montero trabaja en un libro que contará su aventura y que espera publicar en septiembre. En él no solo pretende relatar en detalle cómo fue su viaje y los sitios más espectaculares que pudo recorrer (ver recuadro), sino también abordará algunas temáticas que le parecieron preocupantes. Una de ellas fue el tema de la basura.
—Para mí era una cosa inaceptable e impresionante. Algo masivo y generalizado en todo el territorio. Si vas en auto no se ve la basura, pero a caballo sí. En tramos como el de Villarrica y Calafquén ya era un insulto: había basura a ambos lados. Lo mismo en Chiloé, los paraderos de micro llenos de basura. O entre Mañihuales y Ñirehuao, en Aysén, por una ruta hermosa que se llama El Gato, pero también está lleno de bolsas. Eso no puede ser.
En su libro también pretende ahondar en otros problemas que fue viendo en el camino: el masivo loteo de los campos a lo largo de Chile, obras públicas para él con poco sentido práctico (‘en Tierra del Fuego hay puentes que tienen una berma importante para peatones, pero ahí no anda ningún peatón’), barcazas que llevan tiempo sin funcionar o proyectos en abandono (‘a mucha gente les regalaron paneles solares, pero no funcionan, las baterías no están y tienen que comprar generadores’).
Pero quizás lo que más lo conmovió, y que tenía relación con el objetivo original de su viaje, fue constatar cómo se ha ido perdiendo el amor por el campo a lo largo del país.
—Es penoso constatar cómo los hijos están abandonando a sus padres y se van a las ciudades. Luego se mueren los viejos y los hijos lotean y pasan por caja, pero se acaba el patrimonio histórico de las estancias. Eso no es aplicable solo a la Patagonia; hay un desapego de la juventud por el campo. Hoy hay muchas casas en el campo esperando chilenos que vayan ahí a trabajar, pero prefieren vivir en la ciudad, en condiciones mucho menos adecuadas.
Según Montero, las tradiciones ecuestres también han ido desapareciendo.
—En Aysén y Magallanes el caballo era muy importante, pero ahora lo es cada vez menos. Se han pavimentado muchos caminos, y los famosos troperos, que llevaban al ganado a las veranadas durante cinco o seis días, se han ido acabando. Ahora lo suben a un camión y en un día lo llevan. El caballo está en desuso. No digo que haya que volver a la época medieval, pero hay mucho por hacer.
Tras este viaje, uno de sus objetivos es fomentar el turismo ecuestre.
—No es que hagan un viaje como el que yo hice, pero que por lo menos se generen cabalgatas de menor tiempo y distancia en distintos lugares. Tenemos un país maravilloso, pero me preocupa y apena que esto no sea tema para muchos jóvenes. La gente quiere irse a Miami o al Caribe para comer y echarse en una playa, ¿pero por qué no hacer un recorrido más potente por tu propio país? A pesar de todas las complicaciones, yo creo que uno se las puede arreglar para hacerlo.