Entre mediados del siglo XVI y mediados del XIX hubo una constante en el uso de la tierra cruda como material de construcción en Chile. Así lo han demostrado los estudios de historia de la arquitectura en Cuyo, Santiago, Valparaíso y en las pequeñas villas del Valle del Aconcagua y el Valle Central2. La arquitectura en tierra cruda era parte de un proceso mayor, de escala continental, y que se extendía por toda América Latina. De México hasta Argentina, pasando por Colombia, Perú y Brasil, esta tendencia logró una expansión importante, con diferencias regionales3. La expansión del uso de la tierra cruda como material de construcción en América Latina adaptó esta tecnología, desarrollada según la tradición ibérica. El Cercano Oriente favoreció su temprano desarrollo y luego se extendió en el área circunmediterránea. Proliferó en el norte de África y el sur de Europa, particularmente Francia, Italia, España y Portugal entre otros países4.
Tapias, Adobes y Luchas por la Tierra
Al fundar las ciudades de la frontera sur del Imperio español, se hicieron evidentes estas tendencias. Como el interés principal de los conquistadores era obtener metales preciosos, al no hallarlos en esta región, su voluntad de asentarse allí era relativamente débil. Algunos regresaron al Perú o a España; otros permanecieron allí, pero con una actitud dubitativa. Este enfoque se reflejó en la arquitectura y el paisaje de las primeras ciudades. Tras fundarse Santiago (12 de febrero de 1541), se distribuyeron solares, se levantaron chozas de madera y paja, y se rodeó la ciudad con una palizada. Estos materiales de construcción eran una señal. Los pueblos indígenas hicieron su lectura de estos signos e interpretaron que la voluntad de los invasores de permanecer allí era débil. Por lo tanto, calcularon que, con un poco de esfuerzo, podrían expulsarlos del lugar. Pedro de Valdivia volvería sobre sus pasos como lo había hecho Diego de Almagro. Poco después se produjo el levantamiento de los indígenas y el ataque a la ciudad (11 de septiembre). En precario poblado fue incendiado y destruido12.
La traumática experiencia de la destrucción de Santiago hizo reflexionar a los conquistadores. Ya no quedaba margen para las actitudes ambivalentes y los asentamientos provisorios. Si pensaban quedarse en Chile, debían asumir una actitud clara y franca, de modo tal de establecer un nuevo marco de referencia tanto para los conquistadores como para los pueblos de la tierra. Finalmente, los españoles afirmaron su decisión de quedarse allí. Y esta resolución se puso de manifiesto a través de señales materiales claras: se cambiaron las formas de construir, se dejó de lado la rápida palizada y los frágiles techos de paja, para colocar en su lugar, gruesos muros de adobe. Se construyó en Santiago un fuerte de planta cuadrada de 50 metros longitud para cada lado, y 2,5 metros de altura, para el cual se emplearon 200.000 adobes de 1 vara de largo cada una. Esta construcción habría estado situada en la manzana inmediata al norte de la plaza. Se completaba el edificio con cuatro torres bajas con troneras, una en cada esquina y cuartos de almacén y guarda de armas y demás dependencias interiores. Cuando había “grita de indios” todos los habitantes se refugiaban allí con los peones que garantizaban su seguridad, mientras que los soldados a caballo enfrentaban al invasor y defendían las siembras y cultivos. Demoraron tres años en realizar esta obra13.
El encuentro inicial entre conquistadores e indígenas, a pesar de la asimetría tecnológica en favor de los primeros, presentaba resultado incierto. Los pueblos originarios desplegaron una intensa resistencia. Lucharon con singular valor para defender sus tierras. Durante varios años, apostaron todo a expulsar a los españoles del Valle Central. Sin embargo, en determinado momento, su resistencia se quebró. Algo les hizo convencerse que sus fuerzas no eran suficientes para destruir al adversario. Y ese “algo” fue, justamente, la construcción de adobes. Diversos elementos influyeron en la consolidación del asentamiento español pero uno de ellos fue, sin duda, la capacidad de construir muros detrás de los cuales protegerse y afirmar así sus posiciones. Según las palabras de Pedro de Valdivia, fue indispensable edificar un fuerte de grandes dimensiones, con murallas altas y gruesas, como mecanismo necesario para asegurar la posición. Esa edificación superaba los esfuerzos normales que él y sus hombres estaban dispuestos a realizar para establecerse en Chile. Pero se vieron obligados por las circunstancias a ese accionar. Era una necesidad vital. No podían habitar Chile, sin construirlo. No podían vivir allí, sin modelar el paisaje conforme a sus tradiciones. Surgió así uno distinto al que habían calculado originalmente; el paisaje que emergió de esa lucha, fue resultado del carácter dramático de la batalla.
El uso de adobes y tapias para construir muros se difundió en toda la región. Tras fundar la ciudad de Concepción (1551), Pedro de Valdivia repitió la experiencia de Santiago. Los conquistadores construyeron rápidamente defensas con zanjas y muros de adobes y piedras, “de suerte que todos trabajábamos unos en la guerra y otros en la obra”. Además, “se acordó hacer en el cercado una casa fuerte de adobes donde pudiesen quedar seguros hasta sesenta vecinos y Pablo Lacoste, Estela Premat y Valentina Bulo conquistadores”15. Tanto en Concepción como en Santiago, la construcción de los muros de tierra cruda (tapia y adobe respectivamente) surgieron como resultado de la tensión dialéctica entre los conquistadores españoles y los pueblos originarios. La lucha por la tierra se forjó en forma de fortaleza, tierra cruda puesta para la protección del conquistador y su proyección de habitar en ella.
Esta costumbre, iniciada en el periodo colonial, tuvo continuidad después de la independencia, y se mantuvo vigente durante buena parte del periodo republicano. Varias ciudades actuales de Argentina y Chile surgieron a partir de fuertes emplazados en la frontera. Los casos de Bahía Blanca (Fortaleza Protectora Argentina, 1823) y Villa Mercedes (Fuerte Constitucional, 1856) son otros buenos ejemplos16.
La arquitectura en tierra cruda surgió en la frontera sur del imperio español y se consolidó después, durante el periodo republicano, obedeciendo al mismo principio: la tensión dialéctica entre el conquistador y el indígena. Resultaba del choque cruento de dos culturas. Rociado con sangre humana, amasado con codicia y valor, los primeros muros altos que se levantaron en muchas ciudades de la región, fueron un ícono de pasiones humanas, de la sed de conquista del español ante la indeclinable dignidad de los pueblos originarios.
2. Casas y Cierres de Tierra Cruda en las Nuevas Ciudades (Siglo XVIII)
Las tradiciones constructivas en España incluyeron el desarrollo de la arquitectura de tierra cruda. Esta tecnología comprende, aún hoy, diversas soluciones: el tapial, el adobe y la quincha, son las más frecuentes temporal y espacialmente. El tapial o adobón se adoptó para construir paredones de grandes dimensiones por medio de tablones de madera separados y paralelos que proporcionaban el ancho requerido al muro. Se rellenaban de barro compuesto con aglutinantes como la paja y con un pisón se lo compactaba hasta obtener determinada densidad; por eso se denomina también tierra apisonada. Estos módulos se van corriendo a lo largo de la línea del muro hasta completar su dimensión. El crecimiento en altura se logra a través del desplazamiento de los moldes o tapiales hacia arriba, repitiendo el proceso de apisonado cada vez. El adobe o ladrillo crudo se fabrica con barro y aglutinantes como paja, se deja “podrir” y luego se moldea en cajas de madera que desmoldan una vez compactado el barro para dejarlo secar al sol. La quincha es una técnica que combina una estructura vegetal de ramas o cañas, por ejemplo, que se reviste con barro amasado por ambas caras. Tiene menos resistencia que el adobe por su espesor menor. Fue utilizado para construcciones secundarias y también para tabiques interiores que subdividían las habitaciones. En la región de Cuyo aparecen estos tipos constructivos tanto en edificios de una como de dos plantas, básicamente el adobón y el adobe. Los elementos estructurales como vigas, columnas, entrepisos, se construyeron con maderas locales sobre todo sauce y algarrobo. Como elementos de fijación se utilizaron fajas de cuero con las que se ataban las maderas estructurales. No han sido hallados en este período elementos estructurales de metal (“fierro”), aunque sí aparecen en rejas o portones. El uso del ladrillo cocido en Cuyo fue de carácter excepcional, así como el de las tejas, debido a la escasez de vegetales combustibles que permitieran su cochura a bajo costo17.
El uso de tierra cruda para construir muros de tapia que sirvieran de cierre para las propiedades urbanas, juntamente con la edificación de las casas fue una preocupación constante de las autoridades españolas en el Reino de Chile en el siglo XVIII. En esa centuria se fundaron numerosas ciudades, tanto en el valle del Aconcagua, como en el Valle Central, en el norte chico y en la Araucanía. De esta manera surgieron San Felipe (1740), Talca, Cauquenes y San Fernando (1742), Rancagua y Curicó (1743), Copiapó (1745), Linares, Nueva Bilbao (Constitución), Vallenar y Los Andes (1752), entre otras. Ello significó un importante salto adelante, en un paisaje en el cual, hasta entonces, sólo funcionaban las ciudades del siglo XVI: La Serena en el norte; Santiago en el centro; Chillán y Concepción en el sur y Castro en la isla de Chiloé.
Hubo varias diferencias con las fundaciones del siglo XVI. Porque las nuevas ciudades del XVIII, entre otras características, se propusieron atraer población de campesinos sin tierra al corazón de las nuevas villas. Como incentivo, se les ofrecía acceso a la propiedad en forma gratuita, con la sola condición de asentarse en el lugar, cerrar su predio con muros de tapia y levantar una casa con techo de tejas. Se impulsó una política de “transformar en propietarios a los campesinos que carecen de tierras y formar un sector de pequeños propietarios agrícolas en torno a las villas”18. Acrecentaron los poblados entre un tercio y la mitad de los nuevos vecinos que recibieron tierras de labranza; el resto se esperaba que pudieran vivir en la ciudad de sus respectivos oficios (pulperos, tenderos, herreros, carpinteros, sastres, zapateros). Se procuró consolidar el surgimiento de un sector de pequeños propietarios, capaces de protagonizar la vida urbana a través del comercio y los servicios, como complemento de las tradicionales actividades agropecuarias.
Para los objetivos del presente estudio, lo importante es destacar que, en estas fundaciones, las autoridades impulsaron una política de Estado, tendiente a promover el uso de la tierra cruda como material de construcción, tanto para los cierres perimetrales (tapias) como para las muros de las casas. Se pretendía superar el estadio anterior, de ranchos con techo de paja y paredes de quincha, por las nuevas y más sólidas casas de techos de teja y muros de adobe. Estas normas se notaron en las Instrucciones para la fundación de San Felipe, las cuales fueron luego utilizadas como modelo para las demás ciudades19. Por ejemplo, en las Instrucciones para la fundación de Rancagua, se estipuló que el título de propiedad sobre la tierra otorgada en la ciudad sólo se otorgaría al vecino que hubiere edificado “en su solar un cuarto capaz, de dos aguas, cubierto de tejas y circunvalado de dos tapias bardadas”20.
Las autoridades españolas estaban comprometidas con el fomento de las casas de teja. Este material acrecentaba la calidad de los techos, superior a la paja. El territorio contaba con madera suficiente para obtener la energía necesaria a la cochura de la teja de barro. Tenía la ventaja, además, de reducir el peligro de los incendios, sobre todo en los veranos secos con altas temperaturas. El corregidor de Rancagua expresaba en 1755 que “las casas de teja destacaban por encima de los ranchos de paja, no sólo porque valorizaban la población, sino porque ayudaban a llenar el campo de sus solares, para que aparezca desde sus inmediaciones el primer aspecto de una ciudad formal o perfectamente concluida”21. Cuando estas construcciones no se lograban, las autoridades expresaban su frustración, como informó don Ambrosio Higgins en su visita a La Serena en 1789 (Medina, 1952: 381-382).
El Estado mantuvo en forma constante su interés por promover el progreso de las ciudades mediante cierres perimetrales de tapia y casas de adobe con techos de teja. Y los cabildos eran la autoridad de aplicación, encargada de hacer cumplir estos preceptos. Poco a poco, la consigna era reemplazar con estas construcciones los ranchos de techos de paja, y evitar la existencia de terrenos baldíos. De esta forma, al llegar al siglo XIX, se consolidaría el paisaje urbano chileno, sobre todo en el Valle Central y el Valle del Aconcagua.
Curicó, que en 1756 aparecía ruinosa, tenía en 1807, 55 casas de teja; San Felipe presentaba una franca evolucionó hacia la casa de teja y se la describía en 1797 como una de las poblaciones más hermosas del Reino. Quillota en 1799 contaba con 152 casas de teja22.
Para comprender con mayor claridad el fenómeno, conviene focalizarse en el itinerario de una de estas ciudades: San Agustín de Talca. Para levantar rápidamente los cercos de tapia y las casas, se necesitaba el concurso de mano de obra especializada. Por tal motivo, al fundarse una ciudad, surgía una fuerte demanda por artesanos calificados en la construcción. Especial interés despertaban los carpinteros, herreros y adoberos. Tras la fundación de San Agustín de Talca (1742), se otorgó casa y solar al indio adobero Miguel Malguren. El crecimiento de la ciudad y la diligente actitud de Malguren lo llevaron a trabajar en forma intensa. Sus progresos no tardaron en entrar en colisión con los intereses dominantes, lo cual se tradujo en un conflicto con el superior de la orden de San Agustín, fray Nicolás Gajardo Guerrero. Celoso de los antiguos derechos su convento sobre las tierras de Talca, el religioso se apoderó de 800 adobes que había fabricado el indio23. Desorientado ante la actitud del siervo de Dios, Malguren resolvió alejarse de la ciudad. Se presentó ante las autoridades y solicitó el permiso respectivo. Sin embargo, todas sus expectativas se vieron frustradas con la respuesta del corregidor Baeza, el cual negó rotundamente la solicitud. Este episodio sirve para reflejar la relevancia de los maestros adoberos en el Reino de Chile.
Tierra Cruda y Toponimia
La toponimia es una forma, también, de reflejar los procesos socioculturales relevantes. Por lo general, los topónimos tienen dos formas de surgir: desde arriba (del poder) o desde abajo (por usos y costumbres del pueblo).
En el Valle Central de Chile, en la zona de Colchagua, se instaló un convento franciscano en el siglo XVII. Su construcción, con grandes paredes de adobe, se convirtió en un polo de referencia para los vecinos de lugar; los usos y costumbres hicieron que esa localidad se conociera con el nombre de Paredones; este nombre se legitimó en 1765 con la creación de la parroquia homónima. Posteriormente, el Estado consolidó esta tendencia, con la configuración de la actual Municipalidad de Paredones.
Fuente: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-23762014000100005