La preponderante importancia que José de San Martín otorgó a “los invisibles” gestores de la emancipación: baqueanos, arrieros y, sobre todo, las mulas.
GUSTAVO CAPONE
SÁBADO, 29 DE ABRIL DE 2023 · 09:00
LAS MULAS, UN ANIMAL NOBLE QUE FUE CLAVE EN LA CAMPAÑA DEL CRUCE DE LOS ANDES.
Las mulas ganaron la guerra. No es una expresión exagerada. Es una concreta realidad. La estrategia sanmartiniana fue de altísimo calibre; el heroísmo del ejército resultó indiscutido; el acompañamiento del pueblo cuyano será incondicional. Pero nada hubiera sido posible si todo ese talento, coraje y peso logístico no se trasladaba a través de la Cordillera de Los Andes. De ahí la preponderante importancia que José de San Martín otorgó a “los invisibles” gestores de la emancipación: baqueanos, arrieros y, sobre todo, las mulas.
“Lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”; le escribía San Martín a su amigo Tomás Guido tiempo antes de empezar el cruce andino. Estaba clara su preocupación. Había que movilizar “un pueblo” para sortear la cordillera americana.Cinco mil hombres iniciaran la partida. Mil seiscientos caballos para el combate, a los que había que resguardar “como oro” (marchaban abrigados con pellones de cordero y sin ningún peso en el lomo) pues serían sustanciales para la guerra. Seiscientas vacas a las que habría que ir faenando paulatinamente para la alimentación cotidiana; cañones que pesaban más de 1.000 kilogramos, puentes plegables para cruzar acantilados, cientos de lonas para armar los campamentos de montaña; parrillas y ollas gigantes para la preparación de la comida; leña y pasto para el abrigo de la tropa y el alimento de los animales cuando las congeladas y desérticas montañas no brinden un solo yuyo; las famosas “zorras” portadoras de la artillería; toneladas de bordalesas con vino y agua, armas, mantas, fusiles, hasta un hospital móvil. ¿Quién cargará toda esa logística en una situación tan adversa? Las mulas “criollas” del ejército libertador.
Casi 10.000 mulas arrancaron la travesía. Por algo, las mulas eran el doble de hombres y el quíntuple de caballos que iniciará el paso de Los Andes.
Dos hechos novedosos más, pensados por San Martín, podríamos agregar (al ya citado de resguardar los caballos para la lucha
- Estableció una red de comunicaciones cartográficas secretas a lo largo de la montaña. De ahí la importancia de las mulas, de los espías (baqueanos y arrieros), pero también de aquellos caballos pedidos a los indios pehuenches (entrenados en la montaña) conseguidos tras el acuerdo de La Consulta.
- Hizo viajar “la infantería” montada sobre mulas para que los soldados guardarán energías físicas para el combate cuerpo a cuerpo, lo que paralelamente acelerará la marcha. A la postre, todos estos factores se convirtieron en la clave del triunfo en Chacabuco.
Entre rebuznos y relinchos, cuatro siglos de experiencia
“La mula es un bicho noble”. Tiene una vida útil de hasta 30 años y se empieza a domar a los dos. Pariente cercano del caballo, y más allá de ser más cabezón y tener orejas más largas, tiene una particularidad que lo hace ideal para transitar senderos de montaña, y es que los cascos de sus patas son más chicos que lo de los caballos lo que facilitará su andar por la montaña.
Pero también se adapta mejor al frío, puede sobrellevar más kilómetros sin agua y posee una gran resistencia para transitar senderos de altura, contando además con un natural instinto para resguardarse de los abismos marchando siempre arrimado a la ladera de la montaña.
No se asusta con el viento blanco o los temporales y tienen una historia propia surcando Los Andes. La economía entre Cuyo y Chile se articuló desde los tiempos nativos por medio de las mulas. A momento del cruce sanmartiniano las mulas ya tenían más de cuatro siglos de entrenamiento pasando esa cordillera.
Camino se hace al andar
El equipo de miles de mulas se componía de 7.359 de silla y 1.922 de carga. Para ser exacto fueron 9.281 mulares los que arrancaron el viaje.
Había que alcanzar picos de hasta 4.500 metros de altura por senderos de 60 centímetros de ancho en ocasiones. Como hecho inédito en la historia: todas las mulas del Ejército fueron “herradas”. Más de 30.000 herraduras especiales de doble clavazón se fabricaron en los talleres metalúrgicos que condujo Fray Luis Beltrán.
El promedio de avance del grueso del Ejército fue de 28 kilómetros diariamente. Una mula podría recorrer hasta 100 kilómetros por día y soporta transportar una carga de 150 kilos.
Se diseñaron monturas, enjalmas, aparejos y amarras especiales para las mulas (tanto cargueras como silleras); así por ejemplo una “carguera” pudo llevar bordalesas de 50 litros de vino por lado o ruedas de cañones de más de un metro de diámetro a cada costado.
Cada uno de sus 2.800 soldados de infantería tenía una mula a su disposición y otra más como “repuesto” cada 5 soldados. A los oficiales les otorgó 3 mulas “silleras” para cada dos oficiales. Una “carguera” para cada dos oficiales y dos de carga para cada jefe, mientras que el grupo de veterinarios ocupó un lugar preponderante en la organización general.
El caballo blanco que no fue
Para concluir, quisiera visibilizar otra frecuente ausencia en el rescate histórico del estadista San Martín, aquel que nunca descuidó, en paralelo al imprescindible objetivo militar, el desenvolvimiento social y económico del pueblo al cual representaba.
¿Cómo reemplazar la mano de obra de tantos hombres jóvenes que partían con el ejército? ¿Cómo compensar la acción motora insustituible que le cabía a las mulas en toda la cadena productiva mendocina? Sobre la primera pregunta ya nos hemos referido en otras notas. Fue indiscutidamente el rol protagónico de la mujer lo que mantuvo de pie a Cuyo.
La segunda pregunta. Todas las mulas que llegaron a Mendoza desde Córdoba o del resto de la pampa húmeda fueron derivadas a la chacarera tarea doméstica generando una compensación y balance del sistema productivo, generando una acción cooperativa con turnos de trabajo.
Las mulas cuyanas y norteñas entrenadas para la altura se sumaron a la gesta. Las mulas pampeanas que la prédica sanmartiniana consiguió se quedaron en las chacras y las quintas mendocinas.
Algo más. La iconográfica imagen del altivo San Martín montando en un espléndido caballo blanco es otra de las tantas postales que quedaron inmortalizadas en el colectivo imaginario argentino.
Pero aquel simbólico óleo de Pedro Subercaseaux “Batalla de Chacabuco” (1908), que llenó nuestros actos escolares, estaba muy lejos de reflejar la realidad. San Martín hizo gran parte de la campaña montado a lomo de una mula. Enfermo en circunstancias. Él supo escuchar a cientos de troperos, arrieros, baqueanos e indios. “Montar una mula en la montaña nos hace a todos parecidos”.
El frío, el apunamiento, el viento, el hambre, el miedo. Mientras todo eso acontece, la mula seguirá trepando.