El pasado fin de semana, dos mulas labraron una viña antigua de Laguardia – España, en el barranco de San Julián, cerca de donde pasa el río que baja de la Sierra, en una centenaria terraza orientada al norte. Algún veterano viticultor que pasara ocasionalmente por el lugar se pellizcaría para cerciorarse de que no era un sueño.
Esa “viña vieja”, como la llama con admiración Saul Gil Berzal, perteneció al abuelo Luis Gil, que nunca utilizó tractor alguno en sus viñas, sino mulas como las de Miguel Ángel Mato, de San Vicente de la Sonsierra, que últimamente tiene trabajo con sus mulas porque hay -de vez en cuando- una vuelta a los orígenes. Es una mirada de homenaje y de reconocimiento a los modos y maneras de sus mayores. Como una oración en el campo.
El abuelo Luis murió hace años, cuando Saul era un niño. Quién le iba a decir entonces que la mecanización que se veía venir en las viñas de Rioja Alavesa, y del mundo entero, reservaría espacios naturales como los que ellos vivieron. En un arranque de afecto, su nieto dice que si el abuelo Luis les hubiera visto el otro día labrando esa hectárea de su viñedo “seguro que le hubiese pedido a Miguel Ángel que le dejara conducir las mulas” para realizar él la tarea, como cuando los viñedos eran cosa de viticultores y caballerías.
Una viña tan cuidada desvela la historia de un vino especial, al que la familia Gil Berzal otorga el título de «mejor vino de la bodega», Alma Pura, que nació en 2011. Esas uvas del barranco de San Julián han visto este año hasta en tres ocasiones a las mulas de Miguel Angel. “Uvas sin cobre, sin azufre, ecológicas, biodinámicas…”, tan cuidadas como si lo hiciera de nuevo el abuelo Luis.
Uvas nacidas en cepas de 95 años, que pasarán entre trece y dieciocho meses en barrica -dependiendo de la maduración y la cantidad de tanino que tengan- y dos años más en las tres mil botellas Alma Pura, de las que 1.500 irán a parar a Panamá, Alemania, Costa Rica o México.
Ahora puede uno exclamar ¡Cómo iba a entrar un tractor en esa hectárea de viejo viñedo! Ni humo, ni gasolina, ni compuestos químicos ajenos a la planta, nada que interfiera en el alma pura de ese vino. Viento de Sierra, agua de Álava, sol del Universo, estrellas y nieblas, luz de luna y manos de Viticultor@s. Y mulas, mulas para sanear el suelo y dejar el hilo limpio, mover y voltear la tierra entre las hileras. Mulas para llamar a las puertas del cielo, que en Rioja Alavesa se encuentra entre los viñedos.