El Caballo Chileno y su Registro Genealógico
Capítulo V

Extracto de artículo escrito en 1936, don Miguel Letelier Espínola, propietario de Aculeo:

            

Miguel Letelier en el Curanto (padre de Coirón 3).   

 “El tipo de caballo traído por los conquistadores cumplía perfectamente con todos los requisitos que exigían las duras condiciones de vida y de trabajo de los larguísimos viajes y azarosas campañas que debía continuamente soportar; así lo aseguran los cronistas de la época y lo comprueban los hechos y resultados de esas mismas empresas.

Las crianzas caballares fueron abundantes en América desde los primeros años de la ocupación y la conquista; en lo que ha Chile se refiere, sin duda que sea del caso establecer si el mayor número de caballos viniera del Perú o de Charcas, pues su origen racial seria el mismo, antes de finalizar el siglo XVI, la población caballar era ya numerosa; el primer criadero de caballos establecido en Chile perteneció al que fue obispo de Santiago, don Rodrigo González de Marmolejo, en tiempo del gobierno de don Pedro de Valdivia.

Pasado los azares de los primeros años de la conquista, cimentado en el centro del reino de Chile, la tranquilidad y el orden, alejados a regiones más australes los campos de acción de la guerra con los araucanos, la agricultura y la ganadería se cimentaron definitivamente.

El clima, las condiciones de vida, la configuración accidentada de los valles de Chile, las posibilidades de aclimatación, actuaron sobre la crianza caballar de en modo muy diferente que, en las demás regiones del continente sud americano, no fue abandonado a vagar por las extensiones de la pampa, sin el cuidado y la vigilancia del hombre como en la planicie argentina, ni a sufrir la dureza del clima tropical o del altiplano.

Los pequeños valles de Chile influyeron para que la crianza de caballos realizara bajo una vigilancia más inmediata del hacendado, cuyas aficiones y necesidades le hacían más estimados e indispensables los servicios de buenos y dóciles caballos.

En verdad, el antiguo hacendado chileno fue siempre un aficionado entusiasta a los deportes ecuestres, que comprometían su amor propio y además le proporcionaban, con agrado, los medios de recorrer las accidentadas cordilleras, vigilar sus crianzas de ganado vacuno, y realizar los viajes indispensables a sus necesidades sociales y comerciales.

El esmero en el cuidado de la crianza caballar, el mejoramiento y selección de sus reproductores, la vigilancia y empeño en su adiestramiento, su adecuada alimentación, en resumen, su mejoramiento en todo sentido, fue la primera consecuencia de aquel género de vida y actividades. La tranquilidad de esa misma vida en la época colonial, raras veces perturbada por circunstancias ajenas a ella, inducía a que esas aficiones fueran solicitas y duraderas.

El régimen político y económico impuesto por España a sus colonias de ultramar, de aislamiento absoluto a todo comercio que no fuera el de la metrópoli, alejó en forma definitiva, también en los problemas pecuarios, la posibilidad de que razas diferentes vinieran a introducir otro elemento heterogéneo en la reproducción caballar.

De esta manera la descendencia de las caballadas andaluza y castellana, sin mezcla de razas extrañas, se adaptó a un nuevo medio, alteró ligeramente sus caracteres secundarios y refundió sus variedades originarias en una nueva “variedad” del caballo chileno, cuyas características describe muy precisamente el Standard que se hizo.

El terreno seco, arisco y pedregoso de las serranías de Chile endureció sus cascos y los “encastilló” ligeramente; la marcha prolongada por los cerros accidentados, aun en condiciones de libertad y desde los primeros meses de vida, fortaleció su musculatura adaptándola a un trabajo lento pero prolongado, aun cuando poco apropiado para obtener gran velocidad en la carrera, propendió a fortalecer el cuarto posterior y a sumir, ligeramente, la cruz entre una masa muscular un tanto pesada del tren anterior.

El trabajo a que de continuo se le sometía, constituyó para el caballo chileno una gimnasia funcional rigurosa y permanente; las antiguas “trillas a yegua” con sus prolongados galopes sobre los espesos hacinamiento de gavillas por cosechar, a que se sometía a las manadas de yeguas de estas crianzas durante varios meses de verano; la destreza, docilidad, tino y firmeza que se requería de las cabalgaduras en las faenas de enlazar animales bravíos en las faldas escarpadas de las montañas por entre los árboles, peñascos y arbustos o en los llanos; la agilidad e inteligencia requeridos en los movimientos rápidos y enérgicos que exige la “aparta” de ganado y “corridas” en los rodeos;   las prolongadas marchas, donde los aires acompasados y suaves son indispensables en los viajes por la carretera o por el llano, y seguridad y firmeza y resistencia en los abruptos senderos cordillerano; todo esto proporcionaba al hacendado y al criador el medio más seguro para estimar y seleccionar las aptitudes de los más valiosos potros y yeguas destinadas a la reproducción.

En tal estado de aprecio y cuidado se encontraba el caballo chileno a principios del siglo XIX, en los campos donde el hacendado aficionado y experto, dirigía su reproducción y adiestramiento.

Eran numerosa las crianzas de caballos en la zona comprendida desde el valle del Choapa hasta Bio Bio; pero sin duda en la zona de Aconcagua, Santiago y Colchagua era donde existían las mejores y han constituido los troncos de familia que son la tradición genealógica, desde poco después, se conservan hasta hoy día.

Estimulados por la afición a los caballos y a sus deportes, guiados por la experiencia personal y tradicional y con cierta intuición de los métodos y principios zootécnicos, el criador chileno logró fijar y perpetuar en sus caballos cualidades y conformaciones meritorias que existían, sin duda, en las variedades progenitoras andaluza y castellana. Los tipos bien definidos u homogéneos existentes a mediados del siglo XIX, de los caballos “cuevanos” de Doñihue, Quilamuta, de El Principal de Catemu “Choapinos” y otros, demuestran una selección consiente y continuada, influenciados naturalmente por a las condiciones del medio y por aires de familia, reproducidas en consanguinidad que los acentuaba más y más.

Las mejores crianzas de caballos chilenos, se conservaron libres de todo mestizaje de que pudieran contaminar los reproductores de variedades y razas diferentes que empezaban a venir al país, en escasísimo número, a mediados del pasado siglo; los primeros caballos de carrera llegaron a Chile, venidos de Australia hacia 1845 y las primeras variedades de coche hacia 1860.

La tradición debidamente controlada, permite asegurar que la casta caballar chilena, no fue contaminada en los criaderos fundamentales, por cruzamientos de razas o variedades heterogéneas, sino en época muy posterior, cuando ya se tenía un conocimiento preciso de las genealogías caballares que han ingresado a este registro de la Saciedad nacional de Agricultura.

Como en tantas otras ramas de la actividad Agropecuaria, correspondió a la Sociedad Nacional de Agricultura estimular y facilitar la iniciativa de los criadores y aficionados al caballo chileno, en el sentido de establecer su registro genealógico.

Este se abrió en 1893 recogiendo los nombres de potros y yeguas de ascendencia insospechable, es decir, provenientes de las antiguas crianzas establecidas en el país de que ya hemos hablado en los párrafos anteriores.

El Nº 1 del registro lo ocupa el potro Bronce de propiedad de don Diego Vial Guzmán, nacido en Aculeo en 1882 aprox., en propiedad de don José Letelier Sierra y proveniente de una antigua casta caballar que éste y su hermano don Wenceslao Letelier, conservaron y mejoraron desde muchos años antes en Vichiculén (provincia de Aconcagua) y en Aculeo (provincia de Santiago).

José Letelier Espínola-Antonio Serení-Miguel Letelier Espínola en Aculeo.

La ascendencia de Bronce antes de ingresar al registro era conocida nominativamente hasta la tercera generación anterior (Codicia y Naranjo).

Los nombres recogidos en el registro correspondían a potros y yeguas de ascendencia conocida y reputada con seguridad, como exenta de toda mezcla con sangre extrañas.

En las primeras páginas de este Registro se anota el nombre y reproductores de trece familias de caballos chilenos formadas en diferentes zonas del país y numerosas estirpes diversas, dentro esas mismas familias, cuyos orígenes debidamente conocidos y controlados, se remontan a una época anterior a 1850.

Estas familias formadas y mantenidas en zonas y predios determinados durante varias generaciones, reproducidas en consanguinidad, a veces muy cercana y estrecha, fijaban en sus descendientes, con notoria tenacidad, conformaciones y cualidades que las hacían más y más diferenciadas, aun cuando correspondieran las características propias de la variedad caballar chilena.

En algunas familias, de Aculeo y Cuevana, por ejemplo, podía notarse sin duda las características propias del caballo castellano, en otras la del Principal y Catemu, las de su remota ascendencia andaluza y berberisca, estas diferenciaciones se debían ya sea a la sangre más definida hacia algunas de estas variedades. De algún progenitor tronco, de familia, reforzada después en cruzamientos consanguíneos y que correspondían a cierta conformación, cualidades, color preferidos por el criador.

Hasta hoy día, en que las familias han sido ya bastante cruzadas entre sí, es fácil observar la permanencia de las características de una u otra.

En 1920, el número de inscripciones alcanzaba a 2.244 y en 1936 a 6550.

Un trabajo aún más importante que la reorganización e incremento del registro, fue realizado al mismo tiempo por los criadores, la de recoger los valiosos reproductores, potros y yeguas, que existían dispersos y no debidamente apreciados en numerosos puntos del país, y que, por liquidación de sucesiones, ventas o cambios de giro de las explotaciones agrícolas y ganaderas, iban a ser dispersados y condenados a desaparecer.

De esta suerte fue recogido por Aculeo el potro Angamos I, el reproductor de mayor influencia hoy día en la crianza caballar chilena, las mejores yeguas del Principal, las mejores descendencias de Guante I y el potro Petizo de la familia cardonalina; por el criadero Las Pataguas de don Tobías Labbé fue recogido el Gacho, de la estirpe cardonalina y preciadas yeguas de otro origen y otros muchos.

Se estimuló la inscripción de cuanto es digno de ser conservado, ampliando la conservación y progreso de esta variedad caballar.

Durante los últimos veinte años se han venido efectuando continuos cruzamientos entre las diversas familias originarias del registro y anterior a él; un criterio más consiente e ilustrado, un objetivo mejor definido ha guiado a los criadores en general, en la ejecución de estos cruzamientos; está sintetizando aquel, es un tipo “Standard de la raza”, cuya representación objetiva es la escultura de un potro chileno “Standard”.

Juan José Letelier Valdés y su hijo, con la estatua del Standard de la Raza Chilena,
pieza original que perteneció a su abuelo Miguel.

Tal es en resumen el origen de este registro, su formación y su desarrollo; él sintetiza una labor larga y paciente y además un trabajo original en Chile, como es organizar la existencia de una variedad caballar, con elementos propios del país y orientada a una finalidad útil y necesaria. Es también la primera ejecutada en Sudamérica, repetida años después en la Argentina y en el Perú, para el caballo criollo argentino y el caballo peruano”.

Esta casa está ubicada al lado de la laguna Aculeo y eran una antigua caballeriza de la hacienda y la remodelaron para habitación, es un lugar precioso.
Es tan bonito e histórico, que las argollas pegadas en la pared que se ven en la foto, eras las que amarraban los potros, ahí estuvo el Angamos, Alfil II, y otros legendarios.

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